Otra manera de decir adiós

Menos mal soy periodista y se me da medianamente bien esto de las letras, así puedo aprovechar el papel –qué digo el papel–, el teclado más bien, para aliviar mi pesar. El día 16 de abril me sorprendió con una triste noticia: la muerte, víctima de la Covid-19, de mi amiga Mariahé

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Difícil más no imposible

El ejercicio del periodismo demanda pasión y entrega. Exige compromiso. Hambre de información y unas ganas, en ocasiones incontenibles, de transmitir el hecho noticioso. Requiere de olfato y práctica. Existen normas para su desempeño. Se necesita también resistencia porque no es fácil sobrevivir a la hora de emprender una empresa periodística. Siempre habrá amigos que apoyen y promuevan, pero también enemigos. Desconfiados que mirarán con recelo la labor de informar porque pudieran sentirse en algún momento invadidos o violados en su intimidad, en su desempeño, sobre todo si este afecta o involucra los intereses de la sociedad, el llamado bien común.

El asunto es sin duda complejo. El término “empresa” va más allá del grupo de personas que desarrollan una idea hasta convertirla en realidad. Una empresa requiere de inversiones para iniciarse y desarrollarse. La empresa para su sustento debe generar ingresos, ser rentable. En el caso de una empresa periodística los ingresos provienen de la venta de contenidos y de la publicidad. Para lo primero se necesita ofrecer un producto de calidad que satisfaga necesidades de información. Para lo segundo, se debe asegurar a los posibles anunciantes, un contacto efectivo con los lectores, escuchas o televidentes que para ellos son sólo consumidores.

Aquí es donde el asunto empieza a tornarse complejo. El buen periodismo necesita ser independiente y equilibrado. Fundamentarse en su misión máxima y suprema de informar y denunciar con objetividad, precisión y exactitud. Más no está libre de presiones. Estas vienen dadas desde diferentes frentes: gobiernos, políticos, empresarios y la sociedad misma. Cada sector busca defender sus intereses y al tener plena conciencia del papel que juegan los medios como generadores de opinión, empiezan a mover sus hilos para influenciar la línea editorial de las empresas periodísticas y adecuarla a sus intereses.

Ejemplos sobran. El cierre, en varias oportunidades, del canal de televisión RCTV, es muestra clara de cómo un gobierno de turno aprovecha el poder para eliminar un medio de altísima audiencia y de línea editorial crítica a un régimen que sofoca libertades. Acciones de este tipo generan reacciones en los medios que todavía sobreviven. Están los que negocian principios a cambio de supervivencia. Venevisión prefiere escudarse en un supuesto “equilibrio informativo” y ofrecer a través de su pantalla un país que le resulta ajeno a los espectadores.

No es fácil mantenerse. Ser objetivo e implacable, no responder a intereses propios y ajenos tiene un costo, es cierto, pero también un gran mérito. El consagrado periodista y escritor argentino, Tomas Eloy Martínez, en su famoso decálogo para comunicadores, dijo que “el único patrimonio del periodista es su buen nombre”. Y un buen nombre se construye respondiendo al principio básico y fundamental de informar teniendo como asideros, el respeto, pero sobre todo la verdad.

Todavía


Una profunda impotencia me invade cada vez que escucho el encarnizado testimonio de alguna de las muchas víctimas del régimen castrista. Es todo un pueblo, toda una nación. Gente humilde, valiente, cansada pero no resignada. El ataque perpetrado hace pocas horas por la policía cubana contra las Damas de Blanco, no hace sino poner de manifiesto una vez más y a vista de todos, gracias a la Internet, la dureza de un régimen que por más de 50 años se ha dedicado a empobrecer la vida de miles de personas por el capricho obcecado y todavía terco de Fidel, de querer cambiar el mundo a través del comunismo.

Lo peor de todo no es el sueño fracasado del comandante sino que se lo hayan permitido, que existan gobernantes como el malabarista de Lula Da Silva, la oportunista madame Kirchner y, para mi sorpresa, hasta la mismísima señora Bachelet realizando viajes oficiales a la isla y tomándose complacidas y sonrientes fotos con esa momia testaruda e insepulta que es Fidel Castro. Como si los innumerables muertos y presos del régimen cubano pudieran olvidarse tan fácilmente. Todavía debe estar fresco el cadáver de Orlando Zapata Tamayo. Todavía sigue en huelga de hambre Guillermo Fariñas. Todavía sigue Yoani Sánchez desafiando restricciones. Todavía hay gente con cojones como Berta Soler y muchas otras Damas de Blanco dispuestas a desafiar al régimen para pararse en una calle de la maltratada Habana y exigir poder vivir en libertad.

Cuba libre


Tenía mis dudas con este concierto. El drama que por tantos años ha vivido el pueblo cubano me despierta emociones. No concibo mi vida sin la capacidad y el derecho que por el solo hecho de nacer tengo, de elegir qué hago y qué no. Cuando tomo decisiones tan simples como si almuerzo con carne de res o de pollo y otras más trascendentales como aprobar o no una reforma a nuestra pisoteada Constitución, pienso irremediablemente en los cubanos y su cárcel con palmeras por barrotes, rodeada por el Caribe. Ellos no pueden comerse más de un huevo al mes, encima de que no pueden elegir, pasan hambre. Muchos se prostituyen por tan poco que resulta imposible no sentir pesar.

Hoy en medio de tan polémico concierto, al ver las entrevistas que muchos medios extranjeros le hacían a la gente de a pie, de bicicletas y guaguas abarrotadas, me di cuenta del hambre de momentos felices que sienten en la isla. Ahora cuando sospecho que no fue fácil para Juanes y Bosé dar ese concierto, lo considero oportuno, justo y necesario. Los cubanos en esa plaza de la revolución, manchada con la sangre de tantos inocentes fusilados por órdenes expresas de esa momia insepulta, obcecada, inclemente y perversa que es Fidel Castro; tuvieron la oportunidad de vivir un momento feliz, de saltar, de aplaudir, aplausos que salían de su corazón sin duda emocionado, acostumbrado a días aburridos de escasez apremiante. Aplausos voluntarios y no como los que han tenido que dar en tantos y tantos años de cruel tiranía; siempre orquestados, ordenados y vigilados. Bien lo expresa la siempre acertada blogera cubana Yoanni Sánchez con su entrega “Después de Juanes” en su Generación Y: “Fue una experiencia rara estar allí, sin gritar una consigna y sin tener que aplaudir mecánicamente”.

Creo que los cubanos en esas horas bajo el sol inclemente que alumbra a La Habana fueron un poco libres, vivieron un momento feliz y ese solo logro, por ese gran logro, creo que Paz sin Fronteras en Cuba tuvo un sentido, valió la pena. Mención especial a Bosé, con su inadmisible y notoria barriga, y su canción Nada Particular con ese coro tan apropiado “dame una isla en el medio del mar, llámala libertad”. Cuando Juanes gritó “Cuba Libre, Cuba libre, Cuba libre,” fue inevitable emocionarse con piel erizada incluida. Ojala el mundo decida reconciliarse con la historia y saldar la deuda moral que tiene con el pueblo cubano, con los que en balsas inventadas y desafiantes se han regado por el mundo y con los que día a día sobreviven a su triste existencia bajo la bota implacable de los Castro. Libertad para los cubanos.