Otra manera de decir adiós

Menos mal soy periodista y se me da medianamente bien esto de las letras, así puedo aprovechar el papel –qué digo el papel–, el teclado más bien, para aliviar mi pesar. El día 16 de abril me sorprendió con una triste noticia: la muerte, víctima de la Covid-19, de mi amiga Mariahé

Escribe Alejandro Celedón – @alejoceledon

Fotografía Cortesía Álbum Familia Pabón

Caricatura Rayma Suprani – @Raymacaricatura

Lo leí en Twitter: “Me entero de la muerte de nuestra querida Mariahé Pabón”, escribió en su cuenta el hombre de medios César Miguel Rondón. “Una mujer entrañable. Periodista de garra y fuelle”. Sí, Mariahé era periodista, una periodista de las buenas, pero sobre todo una periodista feliz porque amaba su profesión. A pesar de ya no ejercer de manera digamos oficial, en los últimos tiempos colaboraba eventualmente con el diario El Nacional de Venezuela, ella practicaba el oficio en su día a día, porque como bien escribió su hija Martha en su cuenta de Instagram, para Mariahé el periodismo era una religión, y ella lo practicaba con fe ciega.

Siempre elegante, aquí con una de las camisas blancas
de su amiga, la diseñadora Irma Contreras

Ávida consumidora de información, despertaba y a las pocas horas se instalaba en su computadora para navegar por los portales de noticias, mientras admiraba desde su balcón el cielo, el Sol y el mar, los tres espléndidos en Miami, ciudad donde residía desde hace varios años, y el ir y venir de carros hacia la embriagante Miami Beach. Si alguien sabía lo que pasaba en el mundo era ella. Y luego, para deleite de quienes teníamos el gusto de ser sus amigos en Facebook, iba soltando una especie de “cápsulas informativas”, muy a su estilo: siempre precisas y concisas, en ocasiones dosificadas con una justa medida de humor, un humor negro, “memorable y peligroso” en palabras de Rondón, que solo destilan quienes han sido dotados por una mente brillante y acuciosa, en su caso alimentada con la lectura y el conocimiento.

Reportera, así le gustaba presentarse. Ese era el oficio que la hacía sentirse orgullosa y el que desempeñó por muchos años, primero y por muy poco tiempo en Colombia, su país natal, en la revista Semana, luego de graduarse en filosofía y letras, y después en Venezuela a donde llegó buscando un mejor porvenir, y lo tuvo. Hizo una exitosa carrera en los diarios La Esfera de Caracas, bajo la dirección de quien luego sería uno de sus grandes amigos, el recordado Óscar Yánez; El Nacional; EL Mundo; El Universal, donde ejerció como directora de la revista Estampas; Meridiano, del que fue fundadora; Así es la noticia y Notitarde. Recuerdo que también colaboró en la revista Look Caras con una columna exquisita y entrevistas a personalidades. Su labor fue reconocida con el Premio Nacional de Periodismo y el Premio de Periodismo Científico.

Entrevistadora de postín, para ella no había personaje insignificante. Así como tuvo preguntas inteligentes para Fidel Castro, también se las hacía, con maestría, a los jóvenes que se topaba en una parada de autobús al salir de sus clases de inglés acá en Miami, y a los conductores de Uber que la llevaban a casa. Su pluma era brillante. Creo que lo primero que leí de Mariahé fue una entrevista deliciosa de principio a fin, que le hizo a la actriz y cantante María Conchita Alonso para Feriado, la revista dominical editada por El Nacional en los 90. A partir de la lectura de esa entrevista me convertí en admirador de su trabajo. Quién iba a decirme en ese momento que terminaríamos siendo grandes amigos.

Con Celia, su amiga de tantos años

Mi amiga Mariahé

Nos conocimos a través de Yajaira Núñez, también periodista y promotora cultural con quien tuve el gusto de trabajar por varios años. Cuando teníamos el estreno de una obra de teatro o un musical, me decía: “invita a Mariahé, tú no sabes lo grande que es esa mujer”. No lo sabía, pero lo supe, y de la admiración y el respeto nació una gran amistad que sorprendía a muchos por la diferencia de edad: ella estaba en sus 80 y tantos y yo en mis 40, pero eso no era impedimento para compartir; todo lo contrario. Podíamos pasar horas hablando en la casa de su hija Martha, que era su casa, acompañados, eso sí, de una botella de vino y algo para picar. “Vamos a ponernos al día”, me decía y ahí empezaba el cotilleo.

Fui afortunado al tenerla como amiga

Era un gusto hablar con ella, era un lujo escucharla. Su vida estaba llena de anécdotas y ella las compartía conmigo. Así supe del gran amor que sintió por su abuela paterna, la que le hablaba a las plantas para que crecieran bonito y quien la crío ante la ausencia de la madre; de su papá, un galán de ascendencia alemana, padre responsable de muchos hijos; de sus estudios en un internado en Pamplona, Colombia; de su llegada a Caracas, joven, con sus piernas de infarto, todavía legendarias, y con su hija Martha en brazos, que al crecer se dedicaría a la actuación y a la producción teatral; de su entrañable amistad con Celia Cruz; de la canción que le escribió un reconocido compositor; de Abi Sujovolsky, el gran amor de su vida, al que extrañaba y nombraba con frecuencia; de su gusto por los vallenatos clásicos de Rafael Escalona y los modernos de Silvestre Dangond; de su pasión por los versos de García Lorca y el jazz. De sus ganas de trabajar, de seguir haciendo periodismo; en eso me recordó a Sofía Imber, a quien tuve el gusto de entrevistar un par de años antes de su muerte. Ambas fueron unas mentes brillantes, mujeres de avanzada, que se rebelaron sin éxito ante las limitaciones que impone el paso inexorable de los años. Yo, al escucharle las anécdotas en torno a sus entrevistados, la animaba a que publicara un libro, una recopilación de sus mejores entrevistas acompañadas por su recuerdo de cada encuentro.

Se fue Mariahé Pabón y, para hacer más dura su partida, sin posibilidad alguna de decirle adiós con los ritos que nos hemos inventado los hombres para atenuar nuestra impotencia ante la muerte. Ya no habrá más tertulias, ni recomendaciones de libros, ni el disfrute juntos de los conciertos de Eduardo Marturet y los videos musicales de su nieta, la cantante Manu Manzo, de la que era fan número uno. Ya no podré llamarla y espetarle mi acostumbrado “cómo está la Pabón”, y esperar como respuesta su risa. Me queda lo mucho que compartimos y el gusto de haber tenido como amiga a la gran periodista que tanto admiré.  

Su amiga, la caricaturista Rayma Suprani,
la homenajeó con sus trazos

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