Esos dolores casi siempre tienen nombre y apellido; para una madre puede ser el nombre de un hijo, para un hijo el de una madre; es que no hay amores más grandes que los que penden de un cordón umbilical. Para un ciudadano responsable su dolor puede tener nombre de país, como diría la canción de Gloria Stefan: “ la tierra te duele, la tierra te da en medio del alma…”. Para cualquier mortal que habita este mundo su dolor tendrá el nombre de un amor imposible, el de un amor que se fue, el de un amor que no se dio y a veces para mayor dolor y agonía no se sabe el por qué.
Nos encontramos frente al espejo o acostados en una cama mirando al inmutable techo preguntándonos qué pasó, por qué no pasó, fue malo lo que pasó, qué hice o qué dejé de hacer. Preguntas que nos agobian y se afincan en nuestra mente, en nuestro corazón dirían los románticos… y hasta en el cuerpo digo yo. Es de tal magnitud ese dolor del alma que logra hacerse presente hasta en nuestro cuerpo, no determinamos en que parte exactamente pero sentimos que está allí, lo percibimos en cada aspirada de aire que nos permite continuar vivos y que complejo, que difícil, que jodido resulta que hasta respirar llegue a dolernos.